Es esta una novela en gris marengo. No puede llamarse negra porque hasta la página 193 no aparecen los golpes, nunca gratuitos ni excesivos a lo largo de la obra. El libro de Andrés Pérez Domínguez tiene sin embargo un tono nocturno, de alcohol y violencia contenida donde quien gana en realidad –y eso no llegamos a saberlo– es un perdedor que se nos hace inmensamente simpático desde el principio.
Pero hay varios detalles más que anotar en la vida de este superwelter que incluso en edad y hechuras no anda muy lejos del aspecto físico del autor. Uno que, sin saberlo o sí, se desmenuza en los personajes que pudo ser, como hizo Pessoa, y en este caso en el tipo canalla y dulce de un boxeador fracasado que mantiene un corazón más puro de lo que él mismo imagina, y con el que el lector intima enseguida. La belleza de la derrota bien ganada a pulso.
Formalmente, la novela tiene una consistencia sin costuras. Pérez Domínguez es narrador de un tirón, como hay que serlo, sin forzar el verbo ni rebañar en el diccionario. Una prosa apropiada, de periodos largos, contenida y explícita que dosifica, a veces de manera verdaderamente magistral, los acontecimientos apuntados al lector y que hace que el lector incluso se salte líneas para llegar al desenlace de algunos de los episodios.
El hilo y excusas de la narración en primera persona son lo suficientemente tensos y eficaces para que uno se interese, no ya por lo que va a suceder, que no es poco, sino por cómo va a analizarlo el propio protagonista, que es bastante. Hay durante toda la novela una especie de diálogo con el lector que éste evidentemente no va a materializar sino de la única forma que puede, y es seguir leyendo. Muy buena la ironía, los incisos, los reiterados tirar la toalla en múltiples momentos de la aventura del protagonista, lo que siendo del oficio de los puños tiene doble sentido, pero a la larga ahonda en la referida simpatía que vamos tomándole a un personaje más noble de lo que él imagina, y de eso se encarga de convencernos el autor con artes literariamente apropiadas.
Está claro que los lectores acaban sabiendo más de un texto que el autor mismo. Bastante ha hecho este con escribirlo. En este caso, no sé si Pérez Domínguez sabe que ha fabricado un bello trasunto actual del Quijote, el más maravilloso perdedor de nuestras letras.
Pero hay varios detalles más que anotar en la vida de este superwelter que incluso en edad y hechuras no anda muy lejos del aspecto físico del autor. Uno que, sin saberlo o sí, se desmenuza en los personajes que pudo ser, como hizo Pessoa, y en este caso en el tipo canalla y dulce de un boxeador fracasado que mantiene un corazón más puro de lo que él mismo imagina, y con el que el lector intima enseguida. La belleza de la derrota bien ganada a pulso.
Formalmente, la novela tiene una consistencia sin costuras. Pérez Domínguez es narrador de un tirón, como hay que serlo, sin forzar el verbo ni rebañar en el diccionario. Una prosa apropiada, de periodos largos, contenida y explícita que dosifica, a veces de manera verdaderamente magistral, los acontecimientos apuntados al lector y que hace que el lector incluso se salte líneas para llegar al desenlace de algunos de los episodios.
El hilo y excusas de la narración en primera persona son lo suficientemente tensos y eficaces para que uno se interese, no ya por lo que va a suceder, que no es poco, sino por cómo va a analizarlo el propio protagonista, que es bastante. Hay durante toda la novela una especie de diálogo con el lector que éste evidentemente no va a materializar sino de la única forma que puede, y es seguir leyendo. Muy buena la ironía, los incisos, los reiterados tirar la toalla en múltiples momentos de la aventura del protagonista, lo que siendo del oficio de los puños tiene doble sentido, pero a la larga ahonda en la referida simpatía que vamos tomándole a un personaje más noble de lo que él imagina, y de eso se encarga de convencernos el autor con artes literariamente apropiadas.
Está claro que los lectores acaban sabiendo más de un texto que el autor mismo. Bastante ha hecho este con escribirlo. En este caso, no sé si Pérez Domínguez sabe que ha fabricado un bello trasunto actual del Quijote, el más maravilloso perdedor de nuestras letras.
FRANCIS CO NÚÑEZ ROLDÁN
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