Editorial Algaida

Lo que pone en la contraportada

Rafael Montalbán tiene una forma poco ortodoxa de ganarse la vida: de jueves a sábado custodia la puerta de un club de alterne, y el resto de la semana ejerce de guardaespaldas ocasional y de cobrador de deudas por cuenta ajena. Pero su vida no fue siempre así: veinte años atrás era un boxeador prometedor que estuvo a punto de luchar por el título de Campeón de Europa superwelter, pero las cosas se torcieron: se enamoró de la mujer que menos le convenía y acabó traicionando a la única persona que se había portado bien con él. Ahora ha decidido empezar de nuevo, y cuando un periodista le propone ir a un programa de radio para contar su vida a los oyentes encuentra la excusa perfecta para expiar sus culpas. Pero eso no será más que el principio. Para volver al punto donde su existencia tomó un desvío equivocado y ajustar cuentas con el pasado deberá emprender un viaje que lo llevará desde Madrid hasta la costa de Cádiz, y luego a Lisboa.
Con una poderosa historia de amor y venganza como telón de fondo y la necesidad de ser aceptado por los demás, El síndrome de Mowgli es muchas cosas a la vez: una novela descarnada y tierna por momentos, donde el protagonista, Rafael Montalbán, por mucho que lo ha intentado no ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como el protagonista de El libro de la Selva; un homenaje al personaje creado por Ruyard Kipling y a los libros y a los héroes que marcaron las lecturas de nuestra niñez; pero sobre todo es la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, que atrapa al lector con su habitual fluidez narrativa y el espléndido desarrollo psicológico de los personajes.

martes, 11 de noviembre de 2008

El Libro Andaluz

Es esta una novela en gris marengo. No puede llamarse negra porque hasta la página 193 no aparecen los golpes, nunca gratuitos ni excesivos a lo largo de la obra. El libro de Andrés Pérez Domínguez tiene sin embargo un tono nocturno, de alcohol y violencia contenida donde quien gana en realidad –y eso no llegamos a saberlo– es un perdedor que se nos hace inmensamente simpático desde el principio.
Pero hay varios detalles más que anotar en la vida de este superwelter que incluso en edad y hechuras no anda muy lejos del aspecto físico del autor. Uno que, sin saberlo o sí, se desmenuza en los personajes que pudo ser, como hizo Pessoa, y en este caso en el tipo canalla y dulce de un boxeador fracasado que mantiene un corazón más puro de lo que él mismo imagina, y con el que el lector intima enseguida. La belleza de la derrota bien ganada a pulso.
Formalmente, la novela tiene una consistencia sin costuras. Pérez Domínguez es narrador de un tirón, como hay que serlo, sin forzar el verbo ni rebañar en el diccionario. Una prosa apropiada, de periodos largos, contenida y explícita que dosifica, a veces de manera verdaderamente magistral, los acontecimientos apuntados al lector y que hace que el lector incluso se salte líneas para llegar al desenlace de algunos de los episodios.
El hilo y excusas de la narración en primera persona son lo suficientemente tensos y eficaces para que uno se interese, no ya por lo que va a suceder, que no es poco, sino por cómo va a analizarlo el propio protagonista, que es bastante. Hay durante toda la novela una especie de diálogo con el lector que éste evidentemente no va a materializar sino de la única forma que puede, y es seguir leyendo. Muy buena la ironía, los incisos, los reiterados tirar la toalla en múltiples momentos de la aventura del protagonista, lo que siendo del oficio de los puños tiene doble sentido, pero a la larga ahonda en la referida simpatía que vamos tomándole a un personaje más noble de lo que él imagina, y de eso se encarga de convencernos el autor con artes literariamente apropiadas.
Está claro que los lectores acaban sabiendo más de un texto que el autor mismo. Bastante ha hecho este con escribirlo. En este caso, no sé si Pérez Domínguez sabe que ha fabricado un bello trasunto actual del Quijote, el más maravilloso perdedor de nuestras letras.
FRANCIS CO NÚÑEZ ROLDÁN

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