Hablamos ahora de boxeo. Y, como decía Joyce Carol Oates, el boxeo no se parece a nada.
Un caudal de referencias vienen a nuestra mente. Es el Más dura será la caída. Es, cómo no, Rocky. Es, sobre todo, el infinito mar de la novela negra. Primero, con Sherlock Holmes –casi nadie recuerda que era la cualidad de la que más presumía el personaje: ser un buen pugilista de acuerdo con las normas de Pierre de Fredy, barón de Coubertin–; luego, con Raymond Chandler, con Dashiell Hammett, que trataron mejor que nunca los fantasmas casi siempre molestos y dolorosos del ring. Y, claro, está el Cortázar de La vuelta al día en ochenta mundos, maravilloso catálogo de obsesiones.En España, David Torres dio la campanada con El gran silencio, a la sombra del Premio Nadal. Antes, Francisco Ayala había tratado el tema con El boxeador y un ángel. José Mallorquí se ocupó del asunto prolijamente: en Tres amigos, en El, ella y el deporte, en Todo o nada, en Kayo, en Campeón impopular, en El séptimo round, en Pies planos, en El minuto final... Pero, sobre todo, érase que se era aquél alavés inconmensurable que se llamó Ignacio Aldecoa.
v ANDRÉS. De todos los escritores españoles de nuestros días, Andrés Pérez Domínguez es el más afortunado. Pocos han sabido construir, como él, un universo propio tan válido. Centrarse en los personajes, elaborar una historia para ellos, convirtiéndolos en modelos sólidos como tótems. Nos lo enseñó en El factor Einstein, editada en su día por mr. Ahora, se desmarca en Algaida con El síndrome de Mowgli.Esculpe a Montalbán como Melville a su Bartleby, como Borges a su Funes, como Chandler a su Philip Marlowe. Es claro, meridiano, conciso. A uno le recuerda lo mejor de Mickey Spillane: Kiss Me Deadly oYo, el jurado.
En su narración, las situaciones son reconocibles. Pasa algo universalizable. Ergo: sus criaturas fantasmales se convierten en arquetipos. Es la casuística posible que se transfigura en método. Ahí, lo sórdido se convierte en sublime, el dolor en un arma, los tálamos –estén en Chicago o en El Puerto– en festivos carruseles cósmicos.
Uno siente que ya no podrá vivir sin su fértil y delicada escritura. Dios nos conserve a Andrés muchos años.
Un caudal de referencias vienen a nuestra mente. Es el Más dura será la caída. Es, cómo no, Rocky. Es, sobre todo, el infinito mar de la novela negra. Primero, con Sherlock Holmes –casi nadie recuerda que era la cualidad de la que más presumía el personaje: ser un buen pugilista de acuerdo con las normas de Pierre de Fredy, barón de Coubertin–; luego, con Raymond Chandler, con Dashiell Hammett, que trataron mejor que nunca los fantasmas casi siempre molestos y dolorosos del ring. Y, claro, está el Cortázar de La vuelta al día en ochenta mundos, maravilloso catálogo de obsesiones.En España, David Torres dio la campanada con El gran silencio, a la sombra del Premio Nadal. Antes, Francisco Ayala había tratado el tema con El boxeador y un ángel. José Mallorquí se ocupó del asunto prolijamente: en Tres amigos, en El, ella y el deporte, en Todo o nada, en Kayo, en Campeón impopular, en El séptimo round, en Pies planos, en El minuto final... Pero, sobre todo, érase que se era aquél alavés inconmensurable que se llamó Ignacio Aldecoa.
v ANDRÉS. De todos los escritores españoles de nuestros días, Andrés Pérez Domínguez es el más afortunado. Pocos han sabido construir, como él, un universo propio tan válido. Centrarse en los personajes, elaborar una historia para ellos, convirtiéndolos en modelos sólidos como tótems. Nos lo enseñó en El factor Einstein, editada en su día por mr. Ahora, se desmarca en Algaida con El síndrome de Mowgli.Esculpe a Montalbán como Melville a su Bartleby, como Borges a su Funes, como Chandler a su Philip Marlowe. Es claro, meridiano, conciso. A uno le recuerda lo mejor de Mickey Spillane: Kiss Me Deadly oYo, el jurado.
En su narración, las situaciones son reconocibles. Pasa algo universalizable. Ergo: sus criaturas fantasmales se convierten en arquetipos. Es la casuística posible que se transfigura en método. Ahí, lo sórdido se convierte en sublime, el dolor en un arma, los tálamos –estén en Chicago o en El Puerto– en festivos carruseles cósmicos.
Uno siente que ya no podrá vivir sin su fértil y delicada escritura. Dios nos conserve a Andrés muchos años.
Xurxo Fernández
2 comentarios:
Esculpir un adaggio
sentado desnudo en mitad del desierto, en una roca fría, ausente del espacio, inmenso, inconmensurable, inabarcable...
El silencio absoluto como único amigo, único Dios. Un Mowgli del tamaño de un desierto,
satisfecho sólo de sí mismo, indultado de un mundo concurrido, pero solo, escalofriantemente solo.
Si he de desear odio a mi enemigo, sólo de este síndrome le infectaría.
El viejo Ramírez
Bueno, qué bonito. Creo que sé quién eres, pero respeto tu identidad nueva, que sabes que me gusta mucho.
Un abrazo,
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