Editorial Algaida

Lo que pone en la contraportada

Rafael Montalbán tiene una forma poco ortodoxa de ganarse la vida: de jueves a sábado custodia la puerta de un club de alterne, y el resto de la semana ejerce de guardaespaldas ocasional y de cobrador de deudas por cuenta ajena. Pero su vida no fue siempre así: veinte años atrás era un boxeador prometedor que estuvo a punto de luchar por el título de Campeón de Europa superwelter, pero las cosas se torcieron: se enamoró de la mujer que menos le convenía y acabó traicionando a la única persona que se había portado bien con él. Ahora ha decidido empezar de nuevo, y cuando un periodista le propone ir a un programa de radio para contar su vida a los oyentes encuentra la excusa perfecta para expiar sus culpas. Pero eso no será más que el principio. Para volver al punto donde su existencia tomó un desvío equivocado y ajustar cuentas con el pasado deberá emprender un viaje que lo llevará desde Madrid hasta la costa de Cádiz, y luego a Lisboa.
Con una poderosa historia de amor y venganza como telón de fondo y la necesidad de ser aceptado por los demás, El síndrome de Mowgli es muchas cosas a la vez: una novela descarnada y tierna por momentos, donde el protagonista, Rafael Montalbán, por mucho que lo ha intentado no ha logrado encontrar su lugar en el mundo, como el protagonista de El libro de la Selva; un homenaje al personaje creado por Ruyard Kipling y a los libros y a los héroes que marcaron las lecturas de nuestra niñez; pero sobre todo es la confirmación como novelista de Andrés Pérez Domínguez, que atrapa al lector con su habitual fluidez narrativa y el espléndido desarrollo psicológico de los personajes.

lunes, 6 de octubre de 2008

El Correo Gallego II

Hablamos ahora de boxeo. Y, como decía Joyce Carol Oates, el boxeo no se parece a nada.
Un caudal de referencias vienen a nuestra mente. Es el Más dura será la caída. Es, cómo no, Rocky. Es, sobre todo, el infinito mar de la novela negra. Primero, con Sherlock Holmes –casi nadie recuerda que era la cualidad de la que más presumía el personaje: ser un buen pugilista de acuerdo con las normas de Pierre de Fredy, barón de Coubertin–; luego, con Raymond Chandler, con Dashiell Hammett, que trataron mejor que nunca los fantasmas casi siempre molestos y dolorosos del ring. Y, claro, está el Cortázar de La vuelta al día en ochenta mundos, maravilloso catálogo de obsesiones.En España, David Torres dio la campanada con El gran silencio, a la sombra del Premio Nadal. Antes, Francisco Ayala había tratado el tema con El boxeador y un ángel. José Mallorquí se ocupó del asunto prolijamente: en Tres amigos, en El, ella y el deporte, en Todo o nada, en Kayo, en Campeón impopular, en El séptimo round, en Pies planos, en El minuto final... Pero, sobre todo, érase que se era aquél alavés inconmensurable que se llamó Ignacio Aldecoa.
v ANDRÉS. De todos los escritores españoles de nuestros días, Andrés Pérez Domínguez es el más afortunado. Pocos han sabido construir, como él, un universo propio tan válido. Centrarse en los personajes, elaborar una historia para ellos, convirtiéndolos en modelos sólidos como tótems. Nos lo enseñó en El factor Einstein, editada en su día por mr. Ahora, se desmarca en Algaida con El síndrome de Mowgli.Esculpe a Montalbán como Melville a su Bartleby, como Borges a su Funes, como Chandler a su Philip Marlowe. Es claro, meridiano, conciso. A uno le recuerda lo mejor de Mickey Spillane: Kiss Me Deadly oYo, el jurado.
En su narración, las situaciones son reconocibles. Pasa algo universalizable. Ergo: sus criaturas fantasmales se convierten en arquetipos. Es la casuística posible que se transfigura en método. Ahí, lo sórdido se convierte en sublime, el dolor en un arma, los tálamos –estén en Chicago o en El Puerto– en festivos carruseles cósmicos.
Uno siente que ya no podrá vivir sin su fértil y delicada escritura. Dios nos conserve a Andrés muchos años.
Xurxo Fernández

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esculpir un adaggio
sentado desnudo en mitad del desierto, en una roca fría, ausente del espacio, inmenso, inconmensurable, inabarcable...

El silencio absoluto como único amigo, único Dios. Un Mowgli del tamaño de un desierto,
satisfecho sólo de sí mismo, indultado de un mundo concurrido, pero solo, escalofriantemente solo.

Si he de desear odio a mi enemigo, sólo de este síndrome le infectaría.

El viejo Ramírez

Andrés Pérez Domínguez dijo...

Bueno, qué bonito. Creo que sé quién eres, pero respeto tu identidad nueva, que sabes que me gusta mucho.
Un abrazo,

El síndrome de Mowgli en El público lee

El síndrome de Mowgli en Eitb (programa Forum)

Presentación en Madrid

Etiquetas